Soy un impostor y me van a descubrir

Patricia Amaro López
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El síndrome del impostor puede afectar, según algunos estudios, hasta al 70% de la población en algún momento de su vida, sin  observarse diferencias significativas ni por género, ni por grupos de edad. Con un porcentaje tan elevado, es más que probable que, quien esté leyendo esto ahora mismo, lo haya sufrido alguna vez en su vida. Pero para saberlo conviene primero tener claro a qué nos referimos.

¿Qué es exactamente este síndrome?

Es un fenómeno psicológico que produce un intenso malestar a quien lo padece porque se enfrenta a pensamientos de desvalorización frente a sus logros y capacidades. Dichos pensamientos no se corresponden ni con la realidad, ni con el mensaje que reciben al respecto de su entorno.

Además de estos pensamientos, aparecen sensaciones de angustia y ansiedad ante la duda de los resultados y el logro de los objetivos. Suele ir acompañado de un miedo persistente a ser descubiertos como impostores y a las consecuencias que esto pueda tener.

No olvidemos que toda esta sintomatología surge a pesar de que la realidad no coincide con las emociones y los pensamientos. Los logros y méritos se suelen achacar a la suerte o a que la tarea no reviste de gran dificultad.

Las personas que padecen el síndrome del impostor normalmente ven afectado su día a día por estos pensamientos, ya que las emociones que lo acompañan pueden provocar importantes niveles de ansiedad, estrés y, en ocasiones, ánimo bajo que llegue a derivar en un cuadro depresivo.

El origen de este síndrome parece remontarse a la infancia, probablemente relacionado con mensajes parentales de exigencia y perfeccionismo o de desvalorización. A la larga, en ocasiones, este tipo de mensajes puede desencadenar en el síndrome del impostor.

Saber si padecemos este síndrome pasa por analizar si tenemos esa sensación de malestar —ansiedad, miedo, bajo ánimo—y contrastar lo que pensamos de nosotros mismos con el mensaje que recibimos del exterior. No sólo de seres queridos, que podemos pensar que nos dicen lo que queremos oír, sino de personas cercanas a nosotros, como nuestros jefes, compañeros de trabajo o cualquier otra persona que se relacione con nosotros en el área en el que nos sentimos impostores. Si aparece una discrepancia y confían en nuestra capacidad y méritos, es probable que estemos padeciendo este síndrome.

En caso de que, en efecto, identifiquemos que padecemos este problema, hay varias tareas que podemos realizar, como rebajar el perfeccionismo o reconocer nuestras limitaciones. Estas recomendaciones nos ayudarán a manejar mejor la frustración.

Compartirlo con personas cercanas o escuchar y aceptar los reconocimientos que recibimos, también es una buena manera de reconciliarnos con la sensación de ser impostores. Pero todo ello debe estar dirigido al objetivo principal de ser más amables con nosotros mismos. Esto implica un cambio de actitud en el trato que nos damos, y la opinión que tenemos de nosotros mismos.

Si aun así, el síndrome persiste, sería adecuado consultar con un psicoterapeuta que nos ayude en esta tarea que, en ocasiones, puede ser compleja y delicada de trabajar.

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