La soledad no deseada

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AUTOR: J. Guillermo Fouce. Vocal de Intervención Social del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid 

Con cierta frecuencia aparecen en los medios de comunicación noticias que nos hablan de personas que aparecen aisladas y mueren solas, sin que tengamos que irnos a estas situaciones extremas, que suponen la punta del iceberg, los datos que hoy tenemos y las situaciones que hoy encontramos sitúan a la soledad y el aislamiento como fenómenos clave a abordar colectivamente.

Aunque no se puede generalizar, por supuesto, vivimos en un mundo en el que, con mucha frecuencia,  las relaciones se convierten en líquidas, superficiales, faltas de calidez, efímeras, donde podemos estar rodeados de personas pero sentirnos solos. Vivimos tiempos de miedo, de individuos que compiten y se aíslan.

De la misma manera, somos conscientes de que los efectos de las soledad no deseada son demoledores sobre la salud física, emocional, social y mental como señalan multitud de estudios desarrollados desde parámetros diferentes desde la gerontología o medicina, a la psicología y con estudios en diferentes culturas y entre culturas.

Sin entrar en grandes diferenciaciones conceptuales, podemos distinguir entre la soledad objetiva y la soledad subjetiva o entre estar solo o sentirse solo, señalando que lo principal más que la cantidad de relaciones que se tengan es la calidad de las mismas. Podemos distinguir también entre la soledad deseada y no deseada y señalar que no es un término absoluto sino una escala o grado: sentirse más o menos solo necesitando analizar también momentos de especial soledad. La soledad puede, además producirse por un cambio en la situación personal, sea por una enfermedad, por un duelo o perdida (jubilación, muerte…) o por un problema emocional (depresión por ejemplo). No hablamos solo de personas mayores aunque si especialmente de ellos porque muchas de las situaciones que suponen vulnerabilidad se desarrollan con mayor frecuencia con personas mayores.

La soledad supone perder apoyo social en sus dimensiones instrumental (tener recursos suficientes), emocional o simbólico (sentirse acompañado y reconocido por la sociedad) y lleva acompañado el riesgo del aislamiento, una situación que nos lleva a una espiral de consecuencias complicadas: sentirse solo sin quererlo, tener menos motivación, aislarse, tener menos recursos, sentirse aún más solo, abandonarse y no cuidarse, etc.

Responder a la soledad no deseada es, por eso, hoy un reto fundamental al que responder en nuestros tiempos, un reto fundamental para mejorar la calidad de vida y prevenir conflictos y dificultades. Responder a la soledad es tarea de todos y todas, una tarea que reporta, además, beneficios porque supone romper el propio aislamiento y compartir con otros y otras lo que nos está pasando, recuperando nuestra dimensión ineludible de seres sociales

Un problema tan relevante de nuestro tiempo que en países como Reino Unido se creó un ministerio para abordarlo o en Francia una red que implica a todas las administraciones y diferentes instituciones para dar una respuesta global; la red Mona Lisa.

Una situación que solo puede responderse de manera colectiva, activando resortes básicos como la buena vecindad o la ciudadanía para estar junto aquel que se aísla o se siente solo, tenderle la mano, acompañar y sentirse acompañado, prestar ayuda, apoyar, suponen elementos clave a desarrollar por todas las administraciones y personas. Muchos de los programas y proyectos que hoy están desarrollándose para responder a esta situación responden a esta lógica de la alianza entre actores para prevenir lo antes posible situaciones de soledad o aislamiento y romper estas situaciones desde espacios colectivos.

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