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Me propongo en este espacio poder explicar la utilidad de las psicoterapias de grupo, ya que es habitual pensar en ello y que en el imaginario colectivo surjan los grupos centrados en temáticas como: las adicciones, los problemas de alimentación, excombatientes, etc. Grupos donde reunir a gente que vivan experiencias y momentos vitales similares. Sea como sea el imaginario colectivo, a veces parece complicado imaginar un grupo psicoterapéutico para niños y niñas.
Pero los grupos psicoterapéuticos tienen mucho más que el mero hecho de compartir y sentir nuestra historia acompañada por historias similares de quienes participan en el grupo. El grupo se convierte en un pequeño universo donde ocurren muchas cosas.
Para empezar con el propósito de este texto, quiero invitar al lector a que se pare a recordar detenidamente en cómo se siente y que se despierta en él al tener que entrar en una reunión informal y sin propósito o una fiesta, pero donde no conoces a casi nadie.
Lo que para unos puede ser una simple incomodidad momentánea, para otros no. Pero seas extrovertido o introvertido, te voy a pedir que intentes reconocer cómo es la tensión que experimentaste, y qué recursos pusiste en marcha para integrarse en esa reunión o fiesta de desconocidos.
Si todo va bien, podremos ir confluyendo con el estado emocional que se respira en el entorno, y llegar a sintonizar con algunas personas o intereses comunes que nos lleven a la acción, y así poder integrarnos. Pero no siempre ocurre que alcancemos esa espontaneidad, y los recursos que podemos poner en marcha pueden ser torpes o rígidos sin conseguir llegar a conectar verdaderamente con nadie.
Si has conseguido revivir esa tensión y los recursos que pones en marcha, ahora imagínate la vivencia que puede llegar a tener una niña o niño en una situación parecida. Es evidente que los más pequeños tienen muchas más carencias que un adulto, pero a veces, parece que les resulta más fácil a ellos que a nosotros el comenzar una interacción aparentemente fluida.
El camino que une la vivencia interna y la vivencia grupal, puede ser un camino tortuoso, sin llegar a vivenciar una experiencia común de unión, que nos haga sentir contenidos y seguros. Cuando entramos en la dinámica de grupos infantiles, vemos a niñas y niños que con facilidad se contagian emocionalmente e interactúan entre ellos. Ahora bien, lo que se espera conseguir en el grupo no es solo que interactúen, e incluso tampoco se busca que compartan vivencias personales. Lo que realmente buscamos es que puedan reconocerse unos a otros, y no solo sea un juego dominado por el que más emoción ponga en acción.
Que lleguen a poder tenerse en cuenta entre ellos en la medida de sus capacidades, y que desarrollen la capacidad de compartir su propia vivencia interna de cómo están en el grupo, cómo viven a sus compañeros y cómo sienten que son recibidos. Porque todo ello es importante para poder tener interacciones auténticas y enriquecedoras. Sin esa capacidad de reconocerse más allá de prejuicios o emociones dispares, la futura vida adulta puede hacerse cuesta arriba.
Cuando no conectamos adecuadamente con nuestra experiencia interna, es posible que nos veamos movidos por lo emocional o por lo racional en la vida adulta. Pero no nos veremos movidos a la acción por la conexión y diálogo entre razón y emoción. Si manda lo emocional puede resultar desbordante y caótico; y si lo hace lo racional puede ser más rígido y con demasiada explicación y palabra. Calibrar emoción y control requiere de experiencias de interacción con los demás que permitan descubrir y descubrirse gracias a la mirada del otro y de lo que nos refleje con su opinión y su apreciación sobre nuestra manera de actuar. Nos ayuda a descubrir nuestra singularidad y la singularidad del otro. A descubrir nuestra capacidad de espontaneidad.
Cuando derivamos a psicoterapia de grupos a niñas, niños y adolescentes, es porque vemos la necesidad de que puedan experimentar en un entorno seguro y contenido la posibilidad de integrarse, y sobre todo colaborar en la creación de un grupo con identidad propia. Cuando consiguen sentirse parte de un grupo, y pueden mirarse entre ellos, vemos cómo el cambio y desarrollo de los niños experimenta un impulso grande. Incluso el trabajo complementario en la terapia individual puede llegar a verse facilitado.
Para que funcione, es necesario conocer el lenguaje del niño, el juego. Cuidar la manera en que ejercemos la autoridad como terapeutas, y propiciar su espontaneidad, teniendo en cuenta la de los demás, generando así mucho más que la simple interacción. Construyendo vínculos transparentes y auténticos, nos sentiremos menos inapropiados, incapaces, inseguros, insignificantes. Más ligeros.
Cuando vemos que nuestra vivencia personal tiene espacio en la mente de otro, pasamos de ser una simple semilla llena de potencial, a crecer hasta los cielos como un roble, extendiendo raíces que nos hagan sentir la firmeza de la tierra que pisamos.