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La calidad de las relaciones familiares determina la salud emocional de los hijos. El manejo que hagan los padres del divorcio afectará al desarrollo emocional del menor, por lo que gestionarlo de manera adecuada minimizará el impacto del mismo sobre los hijos.
Muchos padres y madres con hijos e hijas se plantean si el divorcio es la mejor alternativa, y les preocupa cómo pueda afectarles. Y es que la separación, a pesar de poder ser una solución para acabar con los conflictos y el malestar familiar, también puede convertirse en una prolongación del conflicto y añadir nuevas dificultades como las decisiones asociadas a éste (reparto económico, custodia, etc.).
En realidad, influye más en los hijos los conflictos fuertes y prolongados entre los padres que el hecho de convivir juntos o separados. Ahora bien, es crucial gestionar el divorcio de manera adecuada para que el mismo suponga una solución a los conflictos familiares y minimizar los efectos que pueda tener sobre los hijos.
Un riesgo importante a evitar es que vivan un conflicto de lealtades, situación en la que el hijo siente que tiene que elegir entre su padre y su madre y posicionarse en el conflicto entre ambos. Esto sucede cuando los conflictos entre los padres continúan después del divorcio. Esta situación es emocionalmente muy dañina para el hijo, ya que se vulnera su derecho a mantener su relación con ambos progenitores, perdiendo en algunos casos a uno de sus referentes.
Esta situación de vulnerabilidad afecta a su sentimiento de seguridad y autoestima, ya que se anula al menor y se le instrumentaliza en el conflicto entre los progenitores. Las necesidades del hijo/a pasan a ser secundarias, puesto que la prioridad y todo el espacio lo ocupa el conflicto y los intereses contrapuestos de los padres.
El menor puede intentar resolver este conflicto sobreadaptándose, es decir, cumpliendo las expectativas de ambos progenitores aun teniendo intereses contrapuestos. Este es el caso de niños y adolescentes que mantienen posturas, actitudes y discursos diferentes con cada uno de ellos, para asegurarse de no perder el amor de ninguno y ser leal a ambos. Esta situación puede generarle mucha confusión.
Otra manera de resolverlo es posicionándose con uno de los progenitores en contra del otro, lo que puede generarle además sentimientos de culpa.
Existen ciertas conductas o actitudes que serían convenientes evitar por parte de los progenitores; son las siguientes:
– Permitir comportamientos inadecuados al menor para compensar la falta de tiempo con el hijo/a o su sufrimiento ante el divorcio – necesitan normas y límites que guíen su conducta -.
– Añadir más cambios a sus vidas como el cambio de centro escolar.
– Transmitir tristeza o victimización de uno de los progenitores al menor.
– Utilizar al hijo o hija para dañar al otro progenitor.
Para prevenir estas situaciones en las que se daña emocionalmente al hijo y se vulneran sus derechos, hay que entender que se divorcia la pareja marital, pero nunca la pareja parental. Ambos tienen la responsabilidad de continuar su relación como padres, formando equipo, comunicándose, negociando y apoyándose en las cuestiones que afectan a la crianza de su hijo/a. Es normal que haya desacuerdos, pero será clave la actitud de los padres y su flexibilidad para resolverlos, priorizando siempre los intereses del menor. Suele ser mucho más perjudicial para el hijo/a los efectos de los conflictos entre los padres que el contenido que se discute en sí mismo. Si no fuese posible conseguir esto, se recomienda acudir a un profesional – mediador ó terapeuta familiar -.
Se debe además empatizar con los hijos y entender cómo se sienten. Pueden pensar que al igual que sus padres se han dejado de querer, a él también podrían dejar de quererle. Hay que explicarles que eso no sucederá y que seguirá manteniendo su relación con ambos progenitores. Es muy útil facilitar su expresión emocional y proporcionar explicaciones tranquilizadoras ajustadas a su edad. Cuánto más puedan expresar su malestar de manera verbal, menos necesidad tendrán de expresarlo mediante su conducta.
Es necesario permitir y fomentar que el hijo/a tenga una buena relación con ambos progenitores, sin desacreditar al otro progenitor delante del mismo, ni realizar insinuaciones quizás mediante el lenguaje no verbal. Por ejemplo, resoplar cuando el hijo/a habla sobre el otro progenitor, transmitiría al menor un mensaje de hartazgo sobre el otro padre o madre. El hijo no tiene otro padre o madre, y ambos son sus referentes, por lo que es crucial que tengan una imagen lo más positiva posible.
Otro aspecto importante es normalizar las estancias con el otro progenitor y su familia extensa, permitiendo al hijo disfrutar con su padre o su madre y poder hablar de ello con naturalidad. Por supuesto, sin enfocar esta conversación como un interrogatorio ó con el fin de obtener información del otro progenitor.
En resumen, es necesario respetar su condición de niños y niñas o de adolescentes, protegiéndoles de las tensiones y decisiones de los adultos, sin que participen de las mismas. Es una etapa crucial en su desarrollo emocional y formación de su personalidad, que además nunca volverá.