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Son muchos los investigadores que señalan a los profesionales psicosanitarios como población de riesgo. Y es que, a pesar de la tendencia a minimizar nuestra propia vulnerabilidad frente a presiones laborales excesivas, los psicólogos somos vulnerables a los mismos problemas que cualquier otro individuo, especialmente tras la crisis de la COVID-19.
La OMS señalaba durante los peores meses de la pandemia que, tras el confinamiento, los problemas de salud mental representarían un desafío global. Tras la crisis sanitaria, nos hemos topado con una crisis psicosanitaria que desborda recursos públicos y privados. Los psicoterapeutas lidian con agendas colapsadas, nuevos pacientes, recaídas recurrentes, y un agravamiento general de los cuadros clínicos con los que las personas acuden al especialista.
Esta circunstancia repercute en dos sentidos en los psicólogos; como protagonistas de una crisis global que nos afecta como ciudadanos y como profesionales frente a un incremento en los riesgos ocupacionales.
Los problemas que afectan al psicólogo están bien documentados (burnout, traumatización vicaria, estrés por compasión, angustia ocupacional, adicciones…), sin embargo, a pesar de que el deterioro del profesional puede conducir a tomar malas decisiones clínicas, una atención ineficaz o a comportarse de manera peligrosa o poco ética, el abordaje por parte de las instituciones es casi nulo.
En estos tiempos todos los profesionales de la psicología experimentan angustia, pero eso no significa que estén incapacitados para trabajar. Hablamos del deterioro del psicoterapeuta cuando los problemas psicoemocionales generan una interferencia en la capacidad de practicar la terapia.
Algunos de los síntomas del profesional deteriorado se ven en su comportamiento, retrasarse en las citas, cerrar la sesión antes de tiempo o ausencias frecuentes e inexplicables. Es frecuente que los psicólogos discapacitados puedan faltar el respeto, se propasen con sus clientes o cometan más errores.
El aura de invulnerabilidad que rodea al psicólogo, depositando sobre él altas expectativas de eficacia personal, junto a la tendencia a equiparar las dificultades personales con la incompetencia, representan un freno para resolver este mal sistémico. A pesar de que la salud del psicosanitario no es solo un problema ético, el abordaje más frecuente se reduce a medidas de autocuidado o a una cuestión deontológica.
En la actualidad, hay una falta de recursos asistenciales y especializados para psicólogos ya deteriorados. También existe poca conciencia y compromiso, por parte de las clínicas privadas, con desarrollar políticas centradas en la prevención a través de condiciones laborales que permitan proporcionar un servicio de calidad a sus clientes. Escasa formación e investigación por parte de las instituciones académicas, que lejos de formar a psicólogos desde esta perspectiva, les enseñan en un modelo que supone, de por sí, un factor de riesgo para su salud.